6.20.2007

MI ÚLTIMO DESEO

No sé porque hoy coquetee con aquella dama oscura llamada muerte, me atemorizo, mi corazón se cansa y tiembla, mis piernas también, mi boca también, mis manos sudan al igual que las ventanas cuando se pegan las gotas del rocío, mis dientes truenan con solo pensar que algún día vendrá a buscarme, eso me aterroriza demasiado, pero sé que ese día, si acaso ya está escrito, la encontraré sin buscarla.


No sé porque hoy me puse a pensar en la muerte, ¿será que ella es lo único que dura para siempre? ¿O el amor verdadero y puro dura más de lo que dura el frío de la inercia, la oscuridad eterna del abandonado o la soledad del que muere? ¿Ese amor podrá atravesar y vencer aquella frontera sombría? ¿O la muerte sabrá, a su debido tiempo, separar ese amor que parecía para siempre? Muchas veces la mejor respuesta a una pregunta es no preguntarse nada; quizás muera sin saber la respuesta cierta, o si alguien la conoce que por favor me lo diga.


Y pensar en la muerte es un necesario sacrificio, el pensar que nuestra piel será el alimento de muchos insectos, como venganza por aquellos otros insectos que murieron en nuestros sucios zapatos, o en nuestras manos, más sucias aún que nuestros zapatos; que el aire tendrá denegado el acceso a nuestros pulmones, que la inmovilidad hará que nuestros huesos se conviertan en polvo y en nada, el pensar que no pensaremos más...


El pensar en la muerte me lleva a escribir esto que supongo es una forma de testamento desmaterializado, o es más bien, y sin más vueltas, mi último deseo:


No quiero para mí llantos ni cortinas recogidas, no quiero unas cuántas tazas de café caliente, no quiero cantos religiosos ni que hablen bien de mí, o de lo que fui; creo sublimemente que aquello provoca el dolor y esas punzadas en el corazón que se desmaya por lo irremediable, no quiero tampoco que mis familiares y amigos se arrepientan por lo que me hicieron o no me dijeron, el que tiene que ser juzgado en este momento soy yo, no ustedes, y soy yo el que me arrepiento de haberme marchado quien sabe a donde sin decirles lo que tenía que decir, perdón por ello.


No quiero tristezas, ni sillas, ni cartas, ni arreglos florales, ni presencias para demostrar aprecio; a mí nunca me gustaron este tipo de ceremonias, me daban sueño, no pierdan el tiempo en flores negras y lágrimas casi interminables, a mí se me terminó lo que parecía invencible, se me terminó aquel tiempo que parecía darme más tiempo para ir a lugares donde nunca fui, estoy derrotado y no quiero para ustedes lo mismo. La vida continúa hilando acontecimiento, por mi parte les agradezco estar en sus pensamientos, no es necesario que me acompañen a la oscuridad, con sólo su ayuda para ir a mi destino es más que suficiente.


Y a propósito de marcharme, quisiera decirle a quien incumba, a Dios o al diablo (no sé si diablo también se escribe con mayúscula), que prefiero quedarme aquí en la tierra, quiero seguir aquí, así sea en una fría caja estrecha sin esperanzas, pero es lo que quiero; la idea de descender nunca me ha agradado, siempre es mejor el primer piso que el sótano, prefiero la claridad, que, aunque no pueda verla, la sentiré en la alegría de mi familia, en los éxitos de mis amigos, en el verdadero camino que tomen las personas que sigo queriendo. Tampoco quiero subir al cielo en la completa intemperie porque sufro de vértigo atroz, no quiero ascender aunque el ángel encargado para tan dura labor posea licencia profesional para surcar las nubes, pues sólo imaginar que me elevo... no, no quiero siquiera imaginarlo, ahí sí voy a morirme, si acaso falta algo en mí que tenga que morir.


Prefiero quedarme aquí en la tierra hasta ser parte de ella, no me considero digno de compartir el cielo ni el infierno, pues siento que sólo entregué buenas intenciones, pero no fue más que eso, voluntades mustias doradas de aledaño menosprecio a quienes merecían el encanto de la primavera y no lo contrario, aquello es la prueba fiel que debo sencillamente... morir.